Comentario
La privilegiada posición que ocupa en el conjunto del Mediterráneo y su apertura al resto de Europa, convierte a la ciudad de Barcelona en una de las más pujantes de España, continuando un proceso que ya quedaba claramente apuntado durante la Baja Edad Media.
La Edad Moderna supone para Barcelona conocer los inicios de la industrialización, en mayor escala en relación con otros puntos del país. Las manufacturas, principalmente textiles, experimentan un despegue, beneficiadas por la entrada de capital privado y el apoyo ocasional de la hacienda, siendo las fábricas de algodón de Cataluña una de las mayores y más importantes novedades del siglo XVIII. Estas fábricas, efectos económicos aparte, crearon un sector empresarial con progresiva conciencia de clase y ligado en exclusiva al mundo industrial, permitiendo además forjar un incipiente proletariado industrial concentrado en Barcelona. El censo de Floridablanca nos informa de que Barcelona albergaba a 5.500 artesanos, de un total de 125.000 habitantes.
Importancia decisiva tiene también el arreglo de su puerto, así como los esfuerzos por constituir una banca estable en el último cuarto del siglo XVIII, que acabaron fracasando (Banco de Vitalicios, Banco de Fondos Perdidos, Banco de Cambios).
Con todo, y pese a padecer los indeseables efectos de la guerra -principalmente la de Sucesión, en la que Barcelona se manifiesta en apoyo del pretendiente Carlos y en contra de Felipe de Borbón, lo que le acarreará negativas consecuencias- o de la conflictividad social -Rebomboris del pá durante 1789-, el saldo del siglo XVIII para Barcelona es más que positivo.
El siglo XIX continúa con Barcelona situada a la cabeza de las manufacturas y el comercio catalán y español. Igualmente sufre guerras -Independencia, los Cien Mil Hijos de San Luis-; levantamientos o la represión de estos -el del general Luis Lacy, en 1817; el bombardeo ordenado por Espartero, en 1842- o huelgas y algaradas -1854, 1869-. Pero Barcelona continúa con su dinamismo a todos los niveles. Conforme avanza la industrialización, Barcelona y su entorno se convierten en avanzada de la inmigración durante la primera mitad del siglo XIX, contando ya en 1877 con cerca de 250.000 habitantes. Tal crecimiento se plasma en el derribo (1868) de unas murallas que impiden la expansión del tejido urbano y en un plan urbanístico de ensanche, el famoso Plan Cerdá. También, en datos como que Barcelona cuenta con la primera línea de ferrocarril peninsular -la Barcelona-Mataró, en uso desde 1848-; que en Barcelona y sus alrededores, se asentaron el mayor número de industrias en la primera mitad del siglo XIX, contando con una considerable masa de proletarios industriales, especialmente en la industria textil, cifrados en unos 50.000 en 1860 y más de 70.000 en 1877; con la segunda Universidad por número de alumnos, tras Madrid, de España -850 en 1857 y 1600 en 1868-; con más de siete sociedades recreativas o casinos; 59 sociedades de música y 32 de teatro; siete teatros y una plaza de toros con un aforo de más de 11.000 espectadores.
El binomio comercio-industria quedaría incompleto como explicación al progreso de Barcelona durante estos siglos si a ello no le añadimos un tercer factor: la existencia de una pujante y emprendedora burguesía de los negocios, grandes comerciantes que concentran buena parte de su actividad en la importación y exportación, en ocasiones vinculados a otras variadas inversiones. Esta burguesía acabará por definir en gran medida el tipo humano y social dominante en la Barcelona del XIX y XX, cuya gran puesta en escena se producirá de manera periódica y casi ritual en el Gran Teatro del Liceo.
Sin embargo, el camino de la industrialización y el desarrollo del capital traen consigo el surgimiento de un nuevo grupo social, el proletariado, cuya primera existencia puede constatarse en Barcelona. Ambos grupos, burguesía y proletariado, regirán y serán los actores fundamentales de las relaciones sociales, económicas y políticas durante lo que resta de siglo y el siguiente.